Carta póstuma a mi querido maestro de la infancia, Don Luis Solíz Castillo, a un día de su partida.

Ciudad de México,  a 16 de Agosto de 2016.

Querido maestro, Don Luis Solíz Castillo:

Colage Escolar La Salle 1 bajaLos primeros 9 años de mi etapa escolar siempre estarán llenos de los más gratos recuerdos y anécdotas, en gran medida habitados por usted.

Sus consejos y apoyo forjaron mis primeras figuras de autoridad y respeto (con las de mis padres) y junto con los de otros extraordinarios guías, como el Sr. Enrique Cepeda, mi profesor de 4o. grado que motivó y acompañó mis primeros pasos al éxito del mérito logrado por el esfuerzo y dedicación con ese inolvidable concurso de poesía que redundaría en mi aplicación para conducir el noticiario de televisión; el Sr. Fabila, extraordinario directivo cuyos jalones de patilla aún recuerdo con gran cariño llevando mis manos aún a esa zona junto a la mejilla; la Miss Coss, quien acompañó mis pasos por segundo de primaria con ese cariño de abuelita y que me llamó la atención con gran seriedad cuando corrí el rumor de que el amor y la minifalda de la miss Jenny de matemáticas me pertenecía solo a mí pues en mi imaginación era mi novia  (y que acabó casándose años después y para desgracia mía con el productor del mismo noticiero infantil de televisión, Miguel Barragán); mi maravilloso maestro de Español y amigo Carlos de Elias quien a fuerza de joder criticando las muletillas como de costumbre y exposición grupal me enseñó los primeros arranques en la oratoria y la poesía; el Profesor Macario Rodríguez quien repetía la palabra «casualmente» tantas veces como nos hacía repetir las lecciones mal aprendidas; el profesor de Historia, Sr. Galván quien nos inculcó con esmero el entusiasmo en el desarrollo de maquetas y las visitas constantes al Museo de Antropología. O el Sr. Alarcón, quien en tercero de primaria guió mi aprendizaje. Cómo no recordar todo ello. Cómo nó recordarlos a todos. Cómo no hacerlo, al recordarlo a usted.

Vivió en la época en la que los profesores eran llamados meritoriamente maestros y no solo como sobrenombre; una época en que los maestros no temían a los padres de sus alumnos. Un tiempo en el que no pesaba más una amenaza de demanda por padres intolerantes que una reprimenda a tiempo hacia el alumno. Esa época en la que el mayor miedo de los buenos maestros era descuidar el buen cauce de sus alumnos hacia el camino correcto. Vivió y nos dio a crecer la época en la que los alumnos importaban más que las plazas. La época en la que el consejo a un niño ajeno era más importante que la indolencia y el desinterés. Los días en que ese niño ajeno era apoyado como a uno propio. La época en la que ser maestro era cuestión de tiempo completo y no de cubrir horarios.
Vivió en esos tiempos en los que los niños crecíamos con ejemplos de disciplina, entereza, principios y voluntad. Vivió esa época en la que los maestros creían y se esforzaban por ser esos ejemplos de disciplina, entereza, principios y voluntad.

Vivió esa época, porque usted y otros como usted la forjaron.

Usted vivió diabluras; botes de basura quemados en el patio. Bromas de estudiantes. De jóvenes y niños. Primero varones; eramos unos salvajes, la época que tocó a mi infancia. Luego, la carga se adicionó con mujercitas. No quiero siquiera imaginar la lata que le dieron unos y otros. Pero sí imagino su siempre templanza y firmeza y esa rigidez asumida por su investidura que disfrazaba su nobleza y bondad.

¡Ahhh! Sr. Solíz. Siempre tan propio. Siempre tan firme. Siempre tan entregado.

Imposible sería decir que conocí al hombre porque conocí al maestro, pero en el maestro descubrí una de las facetas más importantes del hombre.

La imagen residual que queda de usted en mi memoria es cuando tenía 33. Yo tenía algo así como 10 u 11. Aunque lo conocí desde mis 8. Por ello siempre usted será joven en mi memoria, aunque tal vez menos de como lo es usted nuevamente ahora.

Quien hoy como profesor y guía se esmere como usted y otros que lo hicieron conmigo, aseguro será uno de los tesoros más grandes de cualquier niño o niña, y con valores bien cimentados de principio, el futuro tal vez resulte más alentador.

Desconozco cuál fue el camino y sentir de su partida. Ese es único para cada uno de nosotros. Solo lamento no haber estrechado nuevamente su mano, brindarle un abrazo y desearle de boca a corazón ese buen viaje que ahora le deseo y que seguramente ha alcanzado en la infinita sabiduría de este Universo al que pertenecemos, en el que seguramente permaneceremos unidos y donde seguramente nos reencontraremos nuevamente cara a cara, espíritu a espíritu.

Hoy, dejó de tener el solo término de maestro y al hablar de usted, lo referiré siempre como mi amigo.

Sr. Solíz, queda usted presente hasta la muerte propia en mi memoria y en mi corazón, como uno de los pilares fundamentales de mi desarrollo como hombre y como ser humano.

Envío un beso a su familia. Y otro que no tuve oportunidad de dar para usted.

Gracias, amigo.

Juan Carlos Poó Arenas