El Hospital de Orugas

Nota introductoria actualizada el 29 de Septiembre de 2015

SEPT2015 182 copy1 bajaDESCUBRAN SU PROPIA GRANDEZA.

Siempre hay algo que hacer por alguien, no importa cuan pequeño sea, que te hará sentir lo grande que en realidad puedes ser si te lo propones.

El pasado martes, nuestro hijo de 8 años rescató dos orugas que se encontraban en el piso y las adoptó temporalmente para procurarles los cuidados necesarios en su Hospital de Orugas (que fundó ÉL MISMO con una pequeñísima ayuda paterna, hace tres años, a la edad de cinco), donde estas podrán contar con un lugar seguro para comer a sus anchas y prepararse para dar el importante paso en el maravilloso proceso de la metamorfosis.

EL HOSPITAL DE ORUGAS, no solo lleva al lector a recorrer parte de mi anecdotario personal; más que todo, lo encamina hacia  una historia de productivas enseñanzas a través de sencillas metáforas  y analogías que estoy seguro les podrá servir para descubrir la grandeza que existe en cada una y en cada uno de ustedes, siempre y cuando sepan y quieran interpretar y comprender las señales que en sus propias vidas los guiarán a su enriquecimiento y crecimiento personal a través del amor y respeto por el mundo que les rodea.

Así pues, deseo de todo corazón que disfruten su lectura  tanto como yo de su escritura.

AFORISMO 20 BAJA

EL HOSPITAL DE ORUGAS

Una historia para leerse con el corazón y transformar la mente.

Por Juan Carlos Poó Arenas.

Escrito el 02 de Septiembre de 2012 / Dedicado como todo lo bueno, a mi hijo

     Hace poco más de cuatro meses, mi pequeño hijo -quien recién cumplía cinco años de edad-, encontró olvidado sobre la banca de un parque un pequeño capullo que seguramente algún otro niño retiró del lugar que originalmente había seleccionado la oruga para tejer su crisálida y reposar, comenzando así el maravilloso proceso de su metamorfosis.

     ─“¡Mira papi, rescaté un capullo de mariposa!”─, dijo emocionado mi pequeño quien, sin pensarlo dos veces, protegió delicadamente el capullo y lo trajo a casa.

     Inmediatamente y sin perder ni un segundo, hurgó entre sus cosas y comenzó a acondicionar una vieja lonchera que serviría como hogar temporal para proteger y refugiar al milagro que en su interior se producía. Colocó pastito, hojitas de plantas de nuestras macetas y algunas hierbas secas; al final, de aquel vaso desechable tomó con mucho cuidado ese pequeño y extraño objeto, al que desde ahora llamaría  “su capullo” y lo depositó con gran cariño e ilusión en el interior de la lonchera. Desde luego mi hijo sabía que adentro había una oruga  y que de ahí, si todo terminaba bien, saldría una mariposa.

     Lo que mi hijo no sabía ni entendía, era en realidad cómo y cuando sucedería eso.  Así que comencé a darle toda una cátedra sobre la metamorfosis y los diferentes procesos desde que la mariposa pone sus huevos, salen las orugas, comen hasta hartarse y cuando ya han crecido lo necesario y han almacenado en sus cuerpos los suficientes nutrientes para enfrentar el cambio, comienzan a tejer su casita de seda de la que en unos 60 días, a veces menos, surgiría una extraordinaria mariposa. Desde luego mi explicación fue tan literal y más explícita que la que describo aquí, pues tengo la costumbre de hablarle a mi hijo en forma por demás científica, cosa que extrañamente para su corta edad, le agrada de manera sorprendente.

     Pero, cinco años son cinco años, y para un pequeño de esa edad, sesenta días es mucho más tiempo del deseado, y para eso, no hay ciencia que lo convenza. Él quería ver resultados pronto y… ¡más valía que así fuera!.

     Día tras día transcurrió sin resultados y no obstante, llegaba de la escuela con la misma ilusión de pasar revisión por cada uno de sus bichos: Cucarachas de Madagascar, completas; Zoofoba, completos;  tenebrios, cochinillas, grillos, culebra, tortuguita, peces, ranas, ranitas y ranotas y más todavía. Pero de postre, el platillo exquisito de la emoción, “su capullo”, con la esperanza de ver algún movimiento o un destello de alas brotar.

     Pasaron los días y la ilusión se convirtió en desilusión, en tedio. Cuando llegaba de la escuela la revisión seguía con todos,  excepto con “su capullo”. Ya no entendía, ya no quería entender. No sabía por qué no pasaba nada, porque no sabía lo que pasaba.

     Entonces fui yo quien deseaba que el milagro sucediera pronto y que mi pequeño de cinco años pudiese ver con sus propios ojos uno de los espectáculos más maravillosos de la vida. Así fue como me convertí en el vigía y cuidador de “su capullo”.

     Una mañana de tantas, pero no igual a ninguna, abrí la tapa de la vieja lonchera y en su interior se encontraba el milagro tan deseado y que un día, mi pequeño hijo olvidó: una hermosa y perfectamente formada mariposa de esas a las que conozco desde mi infancia con el nombre de “llamadoras”, atigrada en amarillo y negro y con sus alas a pesar del reducido espacio, en excelente estado. Surgió seguramente hacía unas cuantas horas, tiempo suficiente para secar y extender su envergadura en espera de una pronta liberación para levantar su vuelo.

     Sin dudarlo, fui a  donde se encontraba mi hijo para darle la buena noticia, quien afortunadamente estaba de vacaciones escolares.

     Emocionado, corrió a donde tenía la lonchera y cuando la vio, su piel se estremeció y sus ojos se desorbitaron de júbilo. Tras unos momentos de alegría colectiva, vino la terrible noticia  ─ ¡Debemos liberarla! antes de que intente escapar y se rompan sus frágiles alas! ─ le dije.

     Su enojo no se hizo esperar, la frustración lo envolvió. Me gritó, lloró, me insultó y a su entender, me repudió. ¿Cómo era posible haber esperado tanto tiempo para disfrutar solo unos instantes? y después, ¡nada!; no obtener nada, no poseer nada, no presumir a sus amigos y familiares nada. ¿Cómo posible era que su papi le quitara a “su capullo” que ahora era “su mariposa” a la que rescató de un destino incierto? ¿Cómo era posible que la dejáramos irse volando a expensas de que un pájaro se la comiera, o que no supiera a donde ir. O que la pescara la lluvia en el camino. O que el viento la sacudiera? Nosotros éramos su familia. No tenía yo derecho a dejarla ir. No tenía yo derecho a hacerle eso a él, “a mi propio hijo”.

     Mi pequeño gran amor lo intentó todo para hacerme cambiar de opinión y no liberar a “su mariposa”.

     Debo confesar que mi frustración y enojo ante su reacción fue inversamente proporcional, y no fue sino hasta unos instantes  después en que me percaté que tengo diez veces su edad y a veces me comporto como si tuviese cuatro años menos, que él desde luego.

     Fue entonces cuando, después de la tempestad,  de manera suave y sutil le expliqué por qué debíamos dejarla libre, haciéndole ver que sin importar los peligros que le deparasen en su andar, su naturaleza e instinto saldrían siempre en su defensa, y que el viento no podría dañar sus alas porque éstas se hicieron para volar; y que la lluvia no la mojaría porque es la misma lluvia la que hace que crezcan las plantas en las que se guarecerá; y que las aves difícilmente la atraparían porque su intuición la salvará y la naturaleza en su gran sabiduría  atrae a las aves hacia los especímenes más viejos que ya han vivido y no hacia los que comienzan a vivir; y que siempre sabría a dónde ir porque las mariposas siempre lo saben y nunca se pierden, porque a donde vuelen y por donde vuelen, siempre es su hogar. Y que esta encontraría pareja, pondría huevos de los que nacerían otras orugas y quien sabe, tal vez un día podría rescatar y ayudar a uno de ellos como ayudó a esta a crecer, transformarse y volar libremente, cual es el destino de una mariposa.

     Ese día, voló una mariposa;  y ese día mi hijo conoció el valor de la libertad. También ese día yo descubrí, que la paciencia es uno de los valores más importantes para con quien amas.

     Pero, la historia no concluye aquí.

     Hace casi un par de meses, estando con mi madre, “mamá” –quien  poco más de un año atrás perdió la presencia física de papá, nuestra mayor pérdida-, nos encontrábamos llegando a uno de nuestros restaurantes favoritos en Coyoacán, al Sur de la Ciudad de México, cuando de pronto mi pequeño gritó ─¡CUIDADO!─  y deteniendo mi paso se agachó y levantó a una pequeña pero gran oruga color marrón y con un par de ojos ficticios dibujados al frente, que se encontraba dentro de un charco en la calle y a la cual casi piso.

     Mi hijo estaba feliz, no se si más por haber rescatado a ese pequeño animalito, por su belleza o por el asombro que generaba en los comensales poco relacionados con lo natural  y quienes algo repugnados observaban la escena mientras la oruga caminaba por sus pequeñas manos.

     A pesar de mis sugerencias para que no manipulara tanto al animal, no  fue sino hasta cuando la pequeña oruga extendió una especie de antenitas que expidieron un olor nauseabundo, que mi hijo accedió a guardarla, tan asqueado como si lo hubiese bautizado un zorrillo.  El revuelo por tal acontecimiento fue enorme y pese a la opinión de todos que sugerían dejar en un árbol a la desde ahora llamada “su asquerosa oruga”, mi pequeño, con ese característico convencimiento infantil,  ganó la batalla y “su asquerosa oruga”  nos hizo compañía durante todo el día dentro de un pequeño vaso desechable con tapa de seguridad para impedir un accidente mayor.

     Al igual que mi pequeño, me encanta lo natural, soy muy curioso y desde siempre me fascina observar  los bichos sin importar tamaño ni especie, con lo que he aprendido y descubierto un lenguaje muy diferente al resto de los “humanos normales”, así que expliqué a mi pequeño que ese tipo de orugas son en principio de color verde y su color cambia a un marrón obscuro cuando están cercanas a tejer su crisálida, por lo que si deseaba quedarse con ella, tendría que apresurarse y procurarle los cuidados y hábitat necesarios, pues estaba cercana por unas horas a convertirse en pupa.

     Debido a que teníamos la vida de una oruga en las manos, decidimos ir a los viveros de Coyoacán -uno de los pocos pulmones de la Ciudad de México en donde se cultivan plantas de diferentes especies-,  a recolectar troncos, hiervas  y hojas frescas  para proporcionarle al nuevo huésped un hogar digno. Eso ayudó a  que el día bueno, tuviera un “up grade” y se tornara espléndido,  al agregar esta nueva actividad al itinerario familiar y nos brindase la oportunidad de disfrutar una pequeña caminata en un lugar relajante dentro de la bruma estresante de esta ciudad.

     Al llegar a casa preparamos una pecera estilo bosque, con troncos, hojarasca y pajitas. Mi hijo brillaba nuevamente de ilusión y se fue a dormir con la gran satisfacción de haber rescatado a la que desde hoy sería “su oruga”.

     Esa misma noche, el pequeño amiguito  seleccionó su lugar favorito y comenzó a tejer. Primero de cabeza, el soporte inferior. Después, el soporte superior que ya no vi terminado pues me ganó el sueño. Dos días después, la oruga había desaparecido y en su lugar, apareció una extraña y diminuta armadura, más pequeña que la oruga que encogida se encontraba en su interior. Una armadura tan hermosa, simétrica y bien realizada como la obra de arte más fantástica que cualquier ser humano pudiese crear. Era una obra divina realizada solamente, con saliva de oruga.

     Lo que sucedió después durante este tiempo, sigue siendo un misterio que aunque la ciencia ha podido explicar con terminología técnica, aún hoy, nadie puede entender, nadie puede comprender y muy pocos pueden valorar.

     Pero  lo más importante, fue el milagro. Ese que sucede día con día y muy pocos podemos encontrar, observar, descubrir y aplaudir.

     El cambio. La vida. El cambio.

     Hoy … hoy surgió una nueva mariposa “llamadora”, hermosa y gigante, que sabía de esa pecera su refugio pero del que le urgía salir para enfrentarse a lo desconocido, a su destino, a su instinto, a su mundo, a su propia existencia, a su verdad, …A SU LIBERTAD.

     Hoy, por decisión mutua y compartida, sin imposiciones, un hombre de cincuenta y un años de edad y su pequeño hijo de cinco, sin chistar, sin discusión, sin frustración, llenos de compromiso y responsabilidad, de alegría y de emoción, nos dirigimos a un campo cercano a casa, para dejar volar a la que mi hijo sabía que NO era “su mariposa” pero que de no ser por él, habría muerto ahogada en un charco de agua y nunca habría llegado a ser lo que es.

     Hoy, mi hijo descubrió que lo que yo le enseño no tiene valor sin su propio aprendizaje, sin su propio entendimiento, sin su propia EXPERIENCIA. Y  yo descubrí  que con él, con mi hijo, voy por buen camino y que tal vez yo aprendo más de él que él de mí.

     Hoy también tú que lees esto, puedes descubrir que no importa cuan pequeño sea alguien o incluso tú, que pequeño por momentos  te sientas, siempre hay algo que hacer por alguien, no importa cuan chiquito sea, que te hará siempre sentir lo grande que en realidad puedes ser, que en realidad eres, si te lo propones, si observas,  si aprendes, si actúas sin juzgar, si toleras, si te apasionas, si te desentiendes del “qué dirán”, si dejas las lágrimas y las rabietas de un lado, si no haces de la frustración tu templo, si tienes paciencia. Si entiendes o no entiendes es lo de menos. Sin movimiento, las cosas no suceden por ti. Y tú sucedes por las cosas que haces y las que dejas de hacer. También tú, al moverte,  contribuyes notoriamente a lo que sucede en otros. De tí depende la forma en que te muevas, como pienses y cómo actúes.

     Aunque a veces los olores sean por momentos desagradables, los sabores futuros siempre compensarán una buena acción. Si estás listo para entender esto, estás listo o lista para emprender tus propias experiencias de  GRANDEZA.

     Por cierto, tan importante acontecimiento no podía pasar desapercibido para mi cámara fotográfica  y pese a lo que se pueda pensar dada mi pasión por la fotografía, debo confesar que las tomas de la liberación de la mariposa fueron un verdadero desastre pues aunque mi hijo intentaba liberarla lentamente mientras yo ajustaba el enfoque, medía la distancia y checaba la velocidad del obturador de la cámara para realizar la toma testimonial perfecta, la mariposa no tuvo paciencia y elevó el vuelo una vez que vio abierta la tapa, por lo que las imágenes  salieron –como acostumbramos decir- “movidas y borrosas, es decir, espantosamente malas.

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     Pero dado lo que aquí te narré, su significado para mí es invaluable, y aunque siempre busco perfeccionar mi técnica fotográfica, HOY TAMBIÉN APRENDÍ que las mejores fotos de mi vida y las que mejores recuerdos me traen, tal vez sean en su mayoría LAS QUE PEOR HE TOMADO, pues descubrí también que nuestra belleza se encuentra en la simpleza de nuestra condición y en el aprendizaje de nuestros errores, no en la búsqueda de la perfección. 

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¡Ahhh! … olvidaba decirte que también en nuestras vidas ese dìa quedó plenamente instaurado y con dos nuevos pacientes…

El Hospital de Orugas

Juan Carlos Poó Arenas

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Fotografía / Juan Carlos Poó

Fotografía / Juan Carlos Poó

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Mientras los padres transmitan a sus hijos sentimientos de asco, repulsión y miedo, el mundo será de COBARDES, INTOLERANTES Y ASQUEROSOS. Mi hijo ADMIRA, RESPETA y AMA. Juan Carlos Poó