¿QUÉ ES SER UN BUEN MEXICANO?
15 de septiembre 2016 / Por Juan Carlos Poó Arenas
Hoy me encontraba revisando con nostalgia algunos de los tesoros de mi padre con los que me quedé cuando él falleció en 2011 y me detuve un rato en esta, su licencia de conducir de 1965, que me recordó una anécdota muy para estas fechas septembrinas sobre la idiosincrasia de algunos mexicanos.
Hace unos cuarenta años, por allá en los 70´s, mi papá –en aquél entonces con 45 de edad- discutía con un agente de tránsito que lo detuvo injustamente alegando que se había pasado una luz roja. Intentó extorsionar a mi papá amenazando con multarlo en caso de no arreglarse in situ esperando que papá por evitar el pago de esta respondiera con un soborno. Sin embargo, mi papá se negó a ofrecerle ni un centavo al corrupto oficial de tránsito y lo invitó a remitirlo ante el tribunal correspondiente, negándose a presentar ningún documento por tratarse de una estafa, Ante tal situación, como mi padre no se dejó apantallar y a sabiendas de que esto representaría encarar la acusación de mi padre ante autoridades superiores y la pérdida de tiempo que esto le representaría para realizar otras extorsiones, el oficial optó por dejar tranquilo a papá, no sin antes decirle:
̶ ¡Uuujule patrón!… Usted se siente mucho porque es güero y de ojo azul. Se la voy a dejar pasar por hoy, pero mejor ya regrésese a su país, porque aquí ustedes ya no mandan.
Cuando llegó a casa, papá nos comentó lo sucedido y muy molesto nos dijo:
̶ Este tipo de personas siguen creyendo que los de ojos azules no somos mexicanos, cuando en realidad somos más mexicanos y mejores mexicanos que ellos. Además, están tan acomplejados con ese sentimiento de inferioridad que nos siguen llamando “patrones” como si fuéramos sus jefes. Y para colmo, todavía me dejó ir como si me estuviera haciendo un favor…
Supongo que mi papá debió haber rematado la frase con un sonoro y sentido “… ¡Pendejo!” Y si no, que me disculpe. Tal vez al escuchar su narración mi mente completó la idea de papá. Bien, entonces como si lo hubiera dicho. Posteriormente se acercó a un espejo, se observó la cara con detenimiento de arriba abajo y se preguntó a sí mismo:
– ¿Güero?… ¿Acaso soy güero?
En ese entonces yo tenía 15 años. Hoy en día, las cosas no han cambiado nadita de nada.
Mucha gente, sobre todo en ciertas zonas y lugares como mercados, pueblos, barrios y transportes públicos, incluso dentro de la ciudad, aún me observan como bicho raro y otros ya en confianza me preguntan ¿Y usted de dónde es? Claro, por supuesto no me molesta pues me confieso güero y de ojos azules y es natural que exista quien se pregunte de dónde proviene mi raza.
Lo que verdaderamente me molesta e incomoda es que haya quienes se atrevan a inferir mi nacionalidad y cuando me acerco a un puesto de mercado me ofrezcan un reloj con la bandera británica diciendo “…mire, este tiene la bandera de su país”, o me pregunten en un taxi aludiendo a las olimpiadas “…¿y cómo le fue a sus compatriotas alemanes”, o me pregunten confundidos sobre el color de mis ojos y al responderles que azules me digan “…uyyy, qué presumido”.
No falta quien me comente antes de conocerme que “también tiene un sobrino, nieto, primo o tío de ojos claros y güero”, como intentando introducir la conversación mediante la identificación racial, presuponiendo que le doy mucha importancia a esas idioteces y denotando un evidente, centenariamente heredado y tradicionalmente asumido complejo de inferioridad y menosprecio hacia sus propios y valiosos rasgos étnicos.
Debo confesar que el color de mis ojos, la tez blanca y el cabello tempranamente rubio y posterior castaño claro -aunado a mi personalidad y actitud quiero suponer-, me ha abierto las puertas en infinidad de ocasiones aquí en México, pero también me las ha cerrado, pues el racismo y el clasismo siempre van en dos direcciones.
Por ejemplo, me corrieron alguna vez de Televisa (de las dos veces que me corrieron de ahí) por mi falta de sumisión y obediencia a políticas con las que no comulgaba. Uno de mis jefes directos, al mandarme derechito a la chingada, suavizó la despedida con estas palabras:
̶ Ni te preocupes JC, las puertas se te van a abrir en cualquier lado. Eres güerito, galán, de ojo azul, simpático. Pero no intentes cambiarlo todo porque a muchos que llevan haciendo su chamba de una forma después de tantos años no les caes bien. Tú sabes. Hay muchos productores y directores que no te quieren aquí. Les quieres cambiar una forma de pensar que pues, ya no se puede. Mejor para tu siguiente chamba adáptate a las normas. Y no te lleves de a cuartos con la chava que le gusta al que paga porque ahí se te reviran esas virtudes y eso sí está cañón. Se buena onda pero no tanto. Te va a ir bien” ̶ me dijo, y como a las palomitas para que solitas se vayan a la chingada, me hizo “¡Ashoshó!
Y sí, me fue muy bien. Un día, aplicó la ley del subibaja y les tocó irse a ellos. Fue cuando me llamaron de nuevo que me acordé de mis ojos, de mi cabello güero pero sobre todo de las palomitas… y les dije “ni maiz”.
Ejemplos de lo bien y mal que me ha ido por mis ojitos en México hay muchos. En los 70´s, 80´s y parte de 90´s los modelos güeros dominaban en la publicidad. O sea yo era un estereotipo (lo digo con sarcasm). Más tarde, cuando los anunciantes y publicistas se dieron cuenta que sus mercados no eran solo güeros, dejaron de ponerlos como ideal aspiracional y comenzaron a contratar más latinos. O sea dejé de estar de moda y las chavas se inclinaban más por los morenos de fuego que por los pambazos. Los machos alfa latinos ya no te veían con tanta rivalidad. Algunos empleadores me contrataban por mi talento y otros por mi presencia, de acuerdo a sus necesidades y de acuerdo a las mías. Si se trataba de ver clientes iba yo por delante. El estereotipo del conquistador prevalecía y se hacía más latente cuando los complejos afloraban. Pero también el instinto independiente (ese de la Independencia de México de casi nadie sabe de quien se independizó) afloraba y entonces yo era un usurpador. En fin.
Como cualquier ser humano en etapa de desarrollo, confieso que antes de asumir una personalidad propia, quería parecerme a otros.
A los 7 años mi mayor sueño era ser como Pedro Infante (TODAVÍA) y aunque él era moreno y yo güero, en mis fantasías YO ERA PEDRO INFANTE.
Luego, como a los 10 años, YO ERA TARZÁN, como Ron Ely. Y aunque él medía más de 2 metros y yo menos del uno y medio, éramos güeros y de ojitos azules. Y gritábamos igual. Y nos gustaban los animales. Él andaba desnudo por la selva y yo por la casa.
De los 11 a los 13 era JIM WEST (Robert Conrad). Medíamos más o menos lo mismo, éramos intrépidos, inteligentes, seductores (yo pensaba eso aunque jamás había besado a una niña) y yo quería tener un cuerpo tan atlético como él.
Luego, ya de adolescente fui mis cantantes favoritos. Gino Vannelli, Andy Gibb, Glen Campbell, Barry Manilow, Peter Frampton. Quería ser todos y lo logré. En mi cabeza siempre interpreté diferentes personajes. Y aún hoy en día lo hago a través de mis fotos. Es algo con lo que vivo. Es parte inherente en mí y del desfogue de mis pensamientos; algo de mi obsesiva compulsividad creativa. Sin embargo, a diferencia de antes, hoy no soy ellos, pues hace mucho tiempo descubrí que puedo jugar con diferentes personalidades como disfraces, pero a través de una sola y propia identidad.
Juan Carlos Poó / Autorretrato / sept. 2016
Los cambios que experimenté antes de asumir y poseer identidad propia, son normales. Pero se dan en una etapa de la vida en la que el autoconocimiento se adquiere a través de la experiencia. Y es normal que esos cambios se den también en una nación. Lo que no es normal es que la primera etapa de imitación persista y no llegue el encuentro de la identidad. Porque la identidad no es el pasado, como intentan embutirnos en los libros de texto. La identidad se da en el presente.
Sin embargo, infortunadamente el imaginario colectivo de muchos mexicanos les hace asumirse como conquistados pero independientes. Como independientes pero globalizados. Como globalizados pero alienados (y más con la promesa del muro de Trump). Y al estar alienados, se asumen como entes solitarios en compañía obligada que deben a toda costa defender sus raíces, historia, costumbres, creencias y tradiciones aunque desconozcan de donde derivan estas. Por eso el grito les importa como festejo y no como reclamo. Porque reclamar es desconocerse como lo que otros han querido que se vean. Por eso es mejor mentarle la madre al imbécil de Trump que hacer un voto de silencio tendiente al reencuentro presente de una identidad perdida en el pasado. Por eso piensan que ser mexicano es chingón, aun cuando estemos jodidos y aun cuando en realidad hay de mexicanos a mexicanos.
Ser güero de ojo claro te abre y te cierra las puertas en un país cuya gente está acostumbrada a notar y marcar las diferencias, pero también acostumbrada a basar su autoestima en la dualidad conquista-independencia. Porque muchos mexicanos se sienten conquistados pero a la vez independientes. Y su baja autoestima les hace festejar por el pasado y no luchar por el presente. Les hace quejarse pero no reclamar. Les hace manotear pero no exigir que las cosas cambien y mejoren de una vez por todas. Chillar y gritar. Esa es la historia de muchos mexicanos.
Así pues, en muchos lados la poca autoestima étnica de muchos “mexicones” (sí, inventé la palabra “mexicones”) se hace presente a través de un comportamiento social que yo llamo pasivo agresivo positivo en unos casos; en otros pasivo agresivo negativo, en otros solo pasivo y en otros agresivo activo.
Por eso para muchos es el ¡VIVA MÉXICO CABRONES!, mientras para otros es …¡VIVA MÉXICO PATRONES!
Pero ser mexicano no es ser buen mexicano, como expresé anteriormente.
Ser buen mexicano es no tirar basura ni en la calle, ni en el rancho, ni en el río, ni en el lago, ni en el mar, ni en el campo o la selva.
Ser buen mexicano es no ser corrupto ni corromper. Ni tampoco aceptar la corrupción de los que corrompen o de los corruptos.
Ser buen mexicano es hacer algo por tu entorno ambiental. Sembrar un árbol, una planta, regar lo que no es tuyo. Alimentar un ave. Recoger la basura que no es tuya. Influir a los demás de manera positiva.
Ser buen mexicano es no contaminar. Ni con tu auto, ni tu camión, ni tu motocicleta. Ni con pirotecnia. Ni con ruido.
Ser buen mexicano es saludar a tus vecinos. Respetar a los demás. Dialogar con ellos. Escucharlos también. Sonreir a la gente.
Ser buen mexicano es importarte más por un ser sin hogar que por el ganador del partido de futbol.
Ser buen mexicano es no festejar cuando la desgracia atiende a otros y también te carga a ti.
Ser buen mexicano es actuar para mejorar las cosas y no esperar que otros lo hagan.
Ser buen mexicano es hacer algo por alguien que no seas tú o tu familia. Por un perro, un pordiosero, un niño sin casa.
Ser buen mexicano es amar a tu familia y ser fiel a ellos, y no andar de cabrón o cabrona derramando la riqueza que a ellos corresponde en excesos y desmadres.
Ser buen mexicano es valorar y apreciar a las personas por lo que son y por lo que hacen, y no discriminarlas por su raza, color, religión, preferencia sexual o ideología.
Ser buen mexicano es no permitir tiranías de nadie. Proteger a los débiles y derribar a los infames.
Ser buen mexicano es enseñar y orientar siempre a tus hijos hacia el respeto por los demás, por la demás gente, sea de la nacionalidad que sea; hacia el respeto y buen trato a los animales; hacia el respeto y cuidado del medio ambiente; hacia el respeto por la naturaleza; y hacerles ver que respetar todo ello es la base para el respeto por sí mismo y respetarse a sí mismo es respetar también lo demás. Uno depende del otro.
Así, ser mexicano es solo una cosa. Pero, SER BUEN MEXICANO son muchas cosas a la vez.
Por eso, cuando veas el color de mis ojos, o de mi piel o cabello, no preguntes si soy mexicano. Mejor pregúntame si soy un buen mexicano.
Y a pesar de que no soy perfecto y cometo y seguiré cometiendo miles de errores –diferentes porque cometer el mismo es de pendejos-, te diré:
Soy Juan Carlos Poó Arenas …UN BUEN MEXICANO.
Y si queremos que Viva México …¡HAGÁMOSLO VIVIR!